La eucaristía sexual, de Antonio Lucas en El Mundo
CABO SUELTO
En los suburbios de la Iglesia (y hasta en su centro mismo) surge cada poco un monocultivo de niños desflorados por el catequista. Lo que viene después es una hilacha de malas excusas, una compraventa de silencios con lo que sobra del cepillo mientras el botafumeiro extiende su incienso y su mordaza ante el delito. En esto llevamos varias décadas de información y miles de chavales malversados. Muchachos a los que alguien trucó el ánimo anunciándoles que la fe anidaba en las ingles de algunos curas y era allí donde había que pulsar para que Dios pitara.
El agravio salvaje de estuprar infantes por parte de ciertos religiosos no ha pasado hasta ahora de susto social. Así nos va. Los nuevos Sades no temen a la Justicia. Andan amparados en el Derecho Canónico y su roperío fatuo de leyes. Saben, como afirmaba Nietzsche, que una mala conciencia se soporta más fácilmente que una mala reputación. Entre medias, el Vaticano va querellándose contra el mundo por unos condones de menos, por unos gays de más, por el mono que nos trajo, por el zumo de placenta que nos salva, mientras la calle va asu rollo y le hace la ‘peineta’. ¿No es la vida carne, pecado y demonio?
“El paludismo de la pederastia habita impune en la Iglesia que queda, que oculta más que rez”
Ya no basta con la garantía lírica de los milagros para disimular el atropello de adulterar la infancia. Venimos de un siglo ambiguo, el XX, con su ética de corrupciones. El mismo que ha demostrado que no deja de existir el mal que no se afronta. Canjear niños para el placer es una forma de delincuencia. El paludismo de la pederastia habita impune en la Iglesia que queda, la de Ratzinger y su confusa clave, que oculta más que reza. La misma que ha travestido las viejas convivencias de turismo sexual en algunos seminarios, en ciertas parroquias. No lo digo yo, sino las miles de víctimas, el gentío al que las hostias consagradas les salieron indigestas.
No es posible creer en una institución cuyo blindaje (quiero decir opacidad) la hace beneficiaria espiritual de aquello contra lo que atenta. Hemos pasado de los curas con guitarra a la condena del relativismo y la unidad berroqueña contra una verdad que sale dando gritos. La modernidad del catolicismo no vendrá cuando cambien el pan de consagrar por Miguelitos de la Roda, sino cuando los entregados a chapodar la infancia, los sacerdotes de mucha bragueta, se sienten en el banquillo a declarar.
La peña va faltando a misa porque espera que alguien cuente de una vez si esta tradición, si esta ponzoña, si este perverso refrigerio sexual es herejía o qué. Pues la arpillera de la duda tiene tibio al honrado público. Metidos ya en teologías, le preguntaré a mi párroco cuando pase por el Cock. ¿Será que Dios es amor?